viernes, 18 de julio de 2008

La oscura luz de Sábato

Publicado por el diario EL Espectador en su versión digital del 18 de junio de 2008

El muchacho, recordaban tiempo después sus amigos, dejó el libro Uno y el Universo de Ernesto Sábato a un lado, con sus frases y conceptos desarraigados a la vista de todos, se roció el cuerpo con gasolina y se incineró sobre las murallas de Cartagena. En la primera página, aquel estudiante de matemáticas había escrito algo así como “Espero que este libro no te haya hecho tanto daño como a mí”. Sábato supo su historia en octubre del 68, dos días de haberse salvado de la muerte con el escritor Roberto Burgos, el dramaturgo Sergio Vodanovic y otros tres personajes que viajaban con él en una avioneta, de Manizales a Bogotá.

Pasados muchos años, Burgos Cantor recordaría que “el viaje a Manizales con don Ernesto fue en los tiempos en que a La Nubia apenas llegaban avionetas de 8 u 11 pasajeros. Salimos un sábado de buena luz, esa luz fría de la Sabana. Íbamos Ernesto Sábato, Sergio Vodanovic (dramaturgo chileno) el doctor Fandiño, del Ministerio de Relaciones Exteriores, un arquitecto de Manizales y yo.

El tiempo cambió de manera brusca y quedamos metidos en una tormenta. El piloto estuvo quizá media hora buscando un claro y haciendo piruetas entre las montañas mientras el agua golpeaba el fuselaje y los vidrios del monomotor. Fue imposible aterrizar en La Nubia y en Pereira. Un tiempo tremendo con ventisca y oscuro”. El silencio era absoluto, tal vez el último de los absolutos de Ernesto Sábato, o el único que vivió en su vida después del de las matemáticas y las ciencias que lo llevaron, antes de ser escritor, a trabajar al lado de madame Curie en su laboratorio en París.

Pero el mundo de los números es ya demasiado perfecto, explicaría luego una y mil veces, y jamás tuvo nada que ver con la realidad de los seres humanos, tan alucinantes, tristes, contradictorios, delirantes, o en últimas, tan humanos. “El ruido del motor era una agonía y los descensos, el vértigo”, contaría Burgos. Fandiño sacó un rosario de camándula. Los demás callaron. El piloto preguntó si alguien tenía una linterna. El arquitecto sacó un yesquero, lo encendió y de la mano del piloto lo acercó al tablero de instrumentos, oscuro y con sus manijas inmóviles.

“Entonces Sábato dijo que bueno, que otro argentino muerto en un avión después de Gardel no estaba tan mal. ‘ Nos vamos a matar, señores, no porque se haya agotado la nafta (gasolina) de la avioneta, sino porque se quedó seco el encendedor’. Enseguida una carcajada general y nerviosa expulsó la angustia contenida”. Sin embargo, la angustia volvió a adherírsele a Sábato una hora más tarde, con uñas y dientes, como siempre. Un anónimo le relató la muerte del estudiante de matemáticas.

Él respondió “¡Qué peligrosa es la literatura!, pero debo decir en mi descargo que en 1960, más o menos, y cuando aún el Che Guevara era ministro en Cuba, yo le escribí una carta por distintos motivos, una carta que él me respondió con otra, hermosísima, que figura en alguna de las recopilaciones de mis obras, que se iniciaba más o menos así: ‘Para mí y mi generación tuvo mucha importancia Uno y el Universo, y fue un libro que en un momento dado yo tenía de cabecera”.

Desde que comenzó a escribir, Sábato fue al autor de cabecera de alguien, generalmente de esos álguienes angustiados, desarraigados, preocupados por el mundo y la vida. “A veces tengo temor de cosas que he escrito ha repetido hasta la saciedad, pues las escribí porque sentía una maldad muy interna, porque sentía la necesidad de decir lo que yo creía que era verdad, y la verdad para mí es horrible, la verdad puede ser espantosa, puede estar mezclada con el incesto y el crimen y la locura y el suicido, pero es esa verdad horrible, también, la que hace de la literatura un instrumento de salvación”. De sus verdades, que fueron las verdades oscuras del hombre, surgió aquel Juan Pablo Castel de El Túnel 60 años atrás, un hombre como muchos que se hizo personaje de libro para susurrar un escueto “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”.

De sus verdades surgió aquella Alejandra sin época de Sobre Héroes y Tumbas. Enamorable, despreciable. Y aquel señor Lipp mann que un día cualquiera le envió una carta al secretario general de las Naciones Unidas en la que le decía:

Estimado Señor:
Le escribo para comunicarle que he decidido renunciar como miembro de la raza humana. Por consiguiente, pueden ustedes prescindir de mí en los tratados o debates que esa Sociedad realice en el futuro. Saludo a usted con atención.

Cornelius W. Lippmann


Sábato visceral, solitario, pensante, irónico, violento y atormentado. Alguna vez, años 30, por los años en los que estudiaba Física y Matemáticas y jugaba fútbol creyéndose back central de Estudiantes de la Plata, le escribió una carta a Roberto Arlt, simplemente para comentarle que su libro Los siete locos lo había tocado de verdad, pero nunca recibió una respuesta.

Durante mucho tiempo Sábato creyó que Arlt no había querido responderle. Un día supo que el desorden del periódico en el que escribía Arlat, La Nación de Buenos Aires, era de tal naturaleza que jamás una carta le habría podido haber llegado. Igual, se juró contestar cualquier mensaje que estuviera remitido a él. Así lo hizo.

Así lo hizo siempre. Respondió cartas como la de aquel “querido y remoto muchacho” que le preguntaba si tenía talento para ser escritor. Sábato le dijo, entre muchas otras cosas: “La verdadera justicia sólo la recibirás de seres excepcionales, dotados de modestia y sensibilidad, de lucidez y generosa comprensión”. “Esa carta cambió mi vida”, confesaría alguna vez Juan Carlos Botero. Cambió la vida de muchos, de todos aquellos que le escribieron, o se atrevieron a tomar un tren y llegar hasta su enrejada casa de Santos Lugares, a una hora de Buenos Aires, para timbrar y hacerle un par de preguntas a ese hombre inmortal que bien podría responderles con su sarcasmo habitual: “A fin de cuentas, un siglo de angustias lo tiene cualquiera”.

Sus datos y obras
Ernesto Sábato Ferrari nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, el 24 de junio de 1911. Estudió Ciencias Físicas y Matemáticas en la Universidad de la Plata. En 1945 abandonó su carrera para dedicarse a la literatura. Publicó ‘Uno y el Universo’, un libro de ensayos al que le siguieron, en la misma categoría, ‘Hombres y engranajes’, 1951 y ‘El escritor y sus fantasmas’, 1963. El Túnel, la primera de sus tres novelas, fue publicada por vez primera en el 48. Luego escribió ‘Sobre héroes y tumbas’, en 1961, y ‘Abaddón el exterminador’, en 1974



Yo quisiera desear a gritos para que me escuchen los dioses "Larga Vida para Sábato", pero seguro a él semejante condena le parecería más una maldición que un buen deseo y se reiria de la inútil ronquera que me quedaría. Como sea, muchas gracias Ernesto.

miércoles, 16 de julio de 2008

el presidente Álvaro Uribe lo atribuyó a "la luz del Espíritu Santo y la protección de Nuestro Señor y de la Virgen en todas sus expresiones".

Este es un comentario a una columna de don Antonio Caballero (13 de julio 2008) a propósito de la autenticidad del rescate militar (candidato al Oscar por Mejor Película y al Cristo de Oro por Milagrazo del año) de los 15 secuestrados por las FARC. Mis excusas al autor por no darle créditos, en todo caso no pienso pagarle los derechos y gracias a Dios que después de tantos años le dio la gana de dejarlos en paz (en paz?):

"Los creyentes merecen una explicación: Si el rescate de Ingrid fué (sic) gracias a los rezos que hizo de rodillas en el baño el general Padilla, esa mañana , o los ruegos del presidente Uribe fueron los que en realidad conmovieron a la Virgen. Porque también hay que considerar las plegarias de los cautivos. ¿O es que las peticiones de ellos no valen? ¿y las de los santos obispos qué?. Eso hay que aclararlo, pues no se olviden que al Vaticano llega bastante dinero de Colombia, y allá si es que saben rezar, y la suerte de nuestro país está asegurada con las oraciones del Papa. Entonces, así las cosas piadosas, urge aclarar cuál fue el rezo que más influyó para la libertad de esos seres humanos, lo cual nos llena de regocijo. Se debería abrir un concilio para determinar la fortaleza de la súplica y la contundencia de nuestra Fe, pues nustras (sic) juventudes deben seguir por el mismo camino que nos ha facilitado estar en una nación protegida por el Corazón de Jesús y de todos los cruzados que han salido en defensa de las familias, de las creencias y de la propiedad, no importa que ya estén extraditados. Es justo que se pague por ese rescate al Vaticano, para que rezen por todas las almas que van a dejar proximamente (sic) el aire patrio y sus cuerpos quedarán abonando la tierra querida, no importa que se vayan con hambre, pues la pureza del espíritu se mide por la contundencia de la oración y no con la tripa llena de mundanas intenciones nutritivas, ya que gracias a la fijación mental atemorizada para defenderse de Diablo y de los que creen que anticipando el fin de la vida de sus concuidadanos, se le hace un favor a ellos y a la sociedad. Recen valientes soldados de la patria, que nos persiguen los cobardes terroristas, pero no fullan (sic), que disparos por puchos totian, porque hay que creer en los milagros y en la reelección. ¡Ahí está la redención!...más el iva, es una acción vengativa."