miércoles, 14 de octubre de 2009

contradixion emotiva

¿No es emocionante cuando de pronto encuentras tus pensamientos y emociones pintados en fibras de papel o materializados en la etérea luz de una pantalla?

lunes, 7 de septiembre de 2009

Escapar de la ciudad, diluir la rutina citadina que apresa el cuerpo, la mente y el espíritu con falsas seguridades y temores metafísicos, es una experiencia individual, que afecta y se manifiesta diferente en cada persona.


Sin embargo esas fugas ocasionalmente se planean y ejecutan de manera colectiva, otras veces resultan de una reunión fortuita, que no por ser fruto del azar produce efectos menos poderosos.


Fuera de la ciudad el paisaje de muros de humo, concreto, ruido y rostros anónimos es reemplazado por campos abiertos o profundos cañones, murmullos de agua e insectos y los referentes espaciales son árboles y peñas en lugar de antenas y vallas publicitarias.


Sólo en esos momentos es posible compartir con otros fugados los problemas y las vicisitudes vitales, el alimento, el agua, el calor y la alegría de sentirse libres; y cuando eso ocurre, cuando se encuentran dos o más escapistas, el Universo entero se armoniza y son reveladas verdades sencillas y poderosas que generan un sincronismo de sensaciones y emociones que intensifica la experiencia de cada uno y excita su sentido de belleza.


El sol calienta pero no quema; la lluvia no moja, en cambio cada gota repica una nota distinta en toda piedra y hoja; la nieve no hiela, acerca a los amigos alentándolos a compartir su calor; el viento no golpea, llena el vacío sonoro con bullas de verdes copas que bailan su música.


A veces todo cesa, y hasta el Sol y la Luna se detienen para contemplar junto a los navegantes hermandados el espectáculo del mundo, del camino recorrido y de los nunca andados, de las lagunas calmas y los montes majestuosos que gobiernan los vientos y amarran las nubes.


De uno de esos encuentros afortunados nació Rivendell, la ciudad fraterna, vecina de TAR, en el País Líquido.

miércoles, 29 de julio de 2009

Ítaca (Kavafis según Héctor Abad Faciolince)

Si vas a emprender tu viaje hacia Ítaca

pide que tu camino sea largo,
rico en aventuras, lleno de experiencias.

A Lestrigones y a Cíclopes
o al colérico Poseidón, no les temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si no los llevas dentro de tu alma.

Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer y alegría
arribes a bahías antes nunca vistas.

(...)Lleva siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda muchos años
y en tu vejez atraques en la isla
enriquecido con lo ganado en el camino
sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te ha regalado un hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene nada que darte.
Aunque pobre la encuentres, Ítaca no te ha engañado.
Así rico en saber y en vida, como te has vuelto,
entenderás al fin qué significa las Ítacas

Tomado de la Revista Semana, Abril 21 de 2008. Columna: Viaje a Ítaca. De: Héctor Abad Faciolince

domingo, 19 de abril de 2009

El hedonismo según Epicuro

El hedonismo como filosofía de vida espiritual , emocional y físicamente sana. En su versión gringa la doctrina de Epicureo se resume en dos frases: "Don't worry, be happy" ya conocen la canción.


Epicuro a Meneceo (s. III a.C.), salud.

1.
Que nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque, para alcanzar la salud del alma, nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven.

Quien afirma que aún no le ha llegado la hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera que para la felicidad no le ha llegado aún el momento, o que ya lo dejó atrás. Así pues, practiquen la filosofía tanto el joven como el viejo; uno, para que aún envejeciendo, pueda mantenerse joven en su felicidad gracias a los recuerdos del pasado; el otro, para que pueda ser joven y viejo a la vez mostrando su serenidad frente al porvenir. Debemos meditar, por tanto, sobre las cosas que nos reportan felicidad, porque, si disfrutamos de ella, lo poseemos todo y, si nos falta, hacemos todo lo posible para obtenerla.

Los principios que siempre te he ido repitiendo, practícalos y medítalos aceptándolos como máximas necesarias para llevar una vida feliz. Considera, ante todo, a la divinidad como un ser incorruptible y dichoso –tal como lo sugiere la noción común– y no le atribuyas nunca nada contrario a su inmortalidad, ni discordante con su felicidad. Piensa como verdaderos todos aquellos atributos que contribuyan a salvaguardar su inmortalidad. Porque los dioses existen: el conocimiento que de ellos tenemos es evidente, pero no son como la mayoría de la gente cree, que les confiere atributos discordantes con la noción que de ellos posee. Por tanto, impío no es quien reniega de los dioses de la multitud, sino quien aplica las opiniones de la multitud a los dioses, ya que no son intuiciones, sino presunciones vanas, las razones de la gente al referirse a los dioses, según las cuales los mayores males y los mayores bienes nos llegan gracias a ellos, porque éstos, entregados continuamente a sus propias virtudes, acogen a sus semejantes, pero consideran extraño a todo lo que les es diferente.

2.
Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de sensación. Por tanto, la recta convicción de que la muerte no es nada para nosotros nos hace agradable la mortalidad de la vida; no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque nos priva de un afán desmesurado de inmortalidad. Nada hay que cause temor en la vida para quien está convencido de que el no vivir no guarda tampoco nada temible. Es estúpido quien confiese temer la muerte no por el dolor que pueda causarle en el momento en que se presente, sino porque, pensando en ella, siente dolor: porque aquello cuya presencia no nos perturba, no es sensato que nos angustie durante su espera. El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros no existimos. Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, éstos han desaparecido ya. A pesar de ello, la mayoría de la gente unas veces rehuye la muerte viéndola como el mayor de los males, y otras la invoca para remedio de las desgracias de esta vida. El sabio, por su parte, ni desea la vida ni rehuye el dejarla, porque para él el vivir no es un mal, ni considera que lo sea la muerte. Y así como de entre los alimentos no escoge los más abundantes, sino los más agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino del más intenso placer.

El que exhorta al joven a una buena vida y al viejo a una buena muerte es un insensato, no sólo por las cosas agradables que la vida comporta, sino porque la meditación y el arte de vivir y de morir bien son una misma cosa. Y aún es peor quien dice:

bello es no haber nacido
pero, puesto que nacimos, cruzar
cuanto antes las puertas del Hades


Si lo dice de corazón, ¿por qué no abandona la vida? Está en su derecho, si lo ha meditado bien. Por el contrario, si se trata de una broma, se muestra frívolo en asuntos que no lo requieren.

Recordemos también que el futuro no es nuestro, pero tampoco puede decirse que no nos pertenezca del todo. Por lo tanto no hemos de esperarlo como si tuviera que cumplirse con certeza, ni tenemos que desesperarnos como si nunca fuera a realizarse.

3.
Del mismo modo hay que saber que, de los deseos, unos son necesarios, los otros vanos, y entre los naturales hay algunos que son necesarios y otros tan sólo naturales. De los necesarios, unos son indispensables para conseguir la felicidad; otros, para el bienestar del cuerpo; otros, para la propia vida. De modo que, si los conocemos bien, sabremos relacionar cada elección o cada negativa con la salud del cuerpo o la tranquilidad del alma, ya que éste es el objetivo de una vida feliz, y con vistas a él realizamos todos nuestros actos, para no sufrir ni sentir turbación. Tan pronto como lo alcanzamos, cualquier tempestad del alma se serena, y al hombre ya no le queda más que desear ni busca otra cosa para colmar el bien del alma y del cuerpo. Pues el placer lo necesitamos cuando su ausencia nos causa dolor, pero, cuando no experimentamos dolor, tampoco sentimos necesidad de placer.

Por este motivo afirmamos que el placer es el principio y fin de una vida feliz, porque lo hemos reconocido como un bien primero y congénito, a partir del cual iniciamos cualquier elección o aversión y a él nos referimos al juzgar los bienes según la norma del placer y del dolor. Y, puesto que éste es el bien primero y connatural, por ese motivo no elegimos todos los placeres, sino que en ocasiones renunciamos a muchos cuando de ellos se sigue un trastorno aún mayor. Y muchos dolores los consideramos preferibles a los placeres si obtenemos un mayor placer cuanto más tiempo hayamos soportado el dolor. Cada placer, por su propia naturaleza, es un bien, pero no hay que elegirlos todos. De modo similar, todo dolor es un mal, pero no siempre hay que rehuir del dolor. Según las ganancias y los perjuicios hay que juzgar sobre el placer y el dolor, porque algunas veces el bien se torna en mal, y otras veces el mal es un bien.

La autarquía la tenemos por un gran bien, no porque debamos siempre conformarnos con poco, sino para que, si no tenemos mucho, con este poco nos baste, pues estamos convencidos de que de la abundancia gozan con mayor dulzura aquellos que mínimamente la necesitan, y que todo lo que la naturaleza reclama es fácil de obtener, y difícil lo que representa un capricho.

Los alimentos frugales proporcionan el mismo placer que los exquisitos, cuando satisfacen el dolor que su falta nos causa, y el pan y el agua son motivo del mayor placer cuando de ellos se alimenta quien tiene necesidad.

Estar acostumbrado a una comida frugal y sin complicaciones es saludable, y ayuda a que el hombre sea diligente en las ocupaciones de la vida; y, si de modo intermitente participamos de una vida más lujosa, nuestra disposición frente a esta clase de vida es mejor y nos mostramos menos temerosos respecto a la suerte.

4.
Cuando decimos que el placer es la única finalidad, no nos referimos a los placeres de los disolutos y crápulas, como afirman algunos que desconocen nuestra doctrina o no están de acuerdo con ella o la interpretan mal, sino al hecho de no sentir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma. Pues ni los banquetes ni los festejos continuados, ni el gozar con jovencitos y mujeres, ni los pescados ni otros manjares que ofrecen las mesas bien servidas nos hacen la vida agradable, sino el juicio certero que examina las causas de cada acto de elección y aversión y sabe guiar nuestras opiniones lejos de aquellas que llenan el alma de inquietud.

El principio de todo esto y el bien máximo es el juicio, y por ello el juicio –de donde se originan las restantes virtudes– es más valioso que la propia filosofía, y nos enseña que no existe una vida feliz sin que sea al mismo tiempo juiciosa, bella y justa, ni es posible vivir con prudencia, belleza y justicia sin ser feliz. Pues las virtudes son connaturales a una vida feliz, y el vivir felizmente se acompaña siempre de virtud.

Porque, ¿A qué hombre considerarías superior a aquel que guarda opiniones piadosas respecto a los dioses, se muestra tranquilo frente a la muerte, sabe qué es el bien de acuerdo con la naturaleza, tiene clara conciencia de que el límite de los bienes es fácil de alcanzar y el límite de los males, por el contrario, dura poco tiempo, y comporta algunas penas; que se burla del destino, considerado por algunos señor absoluto de todas las cosas, afirmando que algunas suceden por necesidad, otras casualmente; otras, en fin, dependen de nosotros, porque se da cuenta de que la necesidad es irresponsable, el azar inestable, y, en cambio, nuestra voluntad es libre, y, por ello, digna de merecer repulsa o alabanza? Casi era mejor creer en los mitos sobre los dioses que ser esclavo de la predestinación de los físicos; porque aquéllos nos ofrecían la esperanza de llegar a conmover a los dioses con nuestras ofrendas; y el destino, en cambio, es implacable. Y el sabio no considera la fortuna como una divinidad –tal como la mayoría de la gente cree– , pues ninguna de las acciones de los dioses carece de armonía, ni tampoco como una causa no fundada en la realidad, ni cree que aporte a los hombres ningún bien ni ningún mal relacionado con su vida feliz, sino solamente que la fortuna es el origen de grandes bienes y de grandes calamidades. El sabio cree que es mejor guardar la sensatez y ser desafortunado que tener fortuna con insensatez. Lo preferible, ciertamente, en nuestras acciones, es que el buen juicio prevalezca con la ayuda de la suerte.

Estos consejos, y otros similares medítalos noche y día en tu interior y en compañía de alguien que sea como tú, y así nunca, ni estando despierto ni en sueños, sentirás turbación, sino que, por el contrario, vivirás como un dios entre los hombres. Pues en nada se parece a un mortal el hombre que vive entre bienes imperecederos.

lunes, 16 de febrero de 2009

Aurea Mediocratis

Mahlerbe no estaba muy seguro de que hubiera otra vida, y decía cuando le hablaban del infierno o del paraíso: "He vivido como todos, quiero morir como todos, quiero ir donde van todos".

Tallemant des Réaux,
Les historiettes (XXIX)