lunes, 7 de septiembre de 2009

Escapar de la ciudad, diluir la rutina citadina que apresa el cuerpo, la mente y el espíritu con falsas seguridades y temores metafísicos, es una experiencia individual, que afecta y se manifiesta diferente en cada persona.


Sin embargo esas fugas ocasionalmente se planean y ejecutan de manera colectiva, otras veces resultan de una reunión fortuita, que no por ser fruto del azar produce efectos menos poderosos.


Fuera de la ciudad el paisaje de muros de humo, concreto, ruido y rostros anónimos es reemplazado por campos abiertos o profundos cañones, murmullos de agua e insectos y los referentes espaciales son árboles y peñas en lugar de antenas y vallas publicitarias.


Sólo en esos momentos es posible compartir con otros fugados los problemas y las vicisitudes vitales, el alimento, el agua, el calor y la alegría de sentirse libres; y cuando eso ocurre, cuando se encuentran dos o más escapistas, el Universo entero se armoniza y son reveladas verdades sencillas y poderosas que generan un sincronismo de sensaciones y emociones que intensifica la experiencia de cada uno y excita su sentido de belleza.


El sol calienta pero no quema; la lluvia no moja, en cambio cada gota repica una nota distinta en toda piedra y hoja; la nieve no hiela, acerca a los amigos alentándolos a compartir su calor; el viento no golpea, llena el vacío sonoro con bullas de verdes copas que bailan su música.


A veces todo cesa, y hasta el Sol y la Luna se detienen para contemplar junto a los navegantes hermandados el espectáculo del mundo, del camino recorrido y de los nunca andados, de las lagunas calmas y los montes majestuosos que gobiernan los vientos y amarran las nubes.


De uno de esos encuentros afortunados nació Rivendell, la ciudad fraterna, vecina de TAR, en el País Líquido.