martes, 26 de febrero de 2008

El Túnel

Juan Pablo Castel expone su versión del asesinato de María Iribarne, quien era su amante y la única persona que él consideraba que había comprendido la esencia de su obra más íntima: una pintura donde revela su visión fatalista, desesperanzada y decepcionada de la vida; al artista su existencia le parecía “un túnel oscuro y solitario (…) en que había transcurrido su infancia, su juventud y su vida, mientras que el resto de personas vivían por fuera una vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad”.

La oscuridad impide a Castel ver en la existencia humana nada más que dolor: sufrir, gritar, morir, y un angustioso sinsentido de ser que es anulado fugazmente por María Iribarne y el amor que durante años de soledad alimentó y finalmente logró concentrarse en ella. Un amor que ilumina y transforma su mundo con su mágico poder hasta el punto de hacerlo hermoso.

Juan Pablo Castel no amó a María Iribarne, amó la posibilidad de reflejarse en una persona que consideraba su igual, su alma-espejo, y que le permitía ver rasgos propios que no había logrado develar desde su interior: tal como uno no puede ver el rostro propio. De esta manera, por ejemplo, descubre que él (porque así lo vio en ella) era “una frágil criatura en medio de un mundo de fealdad y miseria”. Y este hombre, egocéntrico, depresivo, metódico y tímido hasta parecer estúpido (aunque de estúpido no tenía mucho) se aferró a la idea de María Iribarne como su mujer-espejo sólo porque ella alguna vez concentró toda su atención en un “insignificante” detalle de uno de los cuadros de Castel. Y, quizás, su paranoia resultó ser cierta y ella sí lograba comprender algo de su mundo.

Tristemente para Castel era insoportable el hecho que María viviera una vida por fuera de su túnel y que él no tuviera lugar en la mayor parte de su mundo, de su vida. Los celos, el egoísmo, la necesidad de Castel de toda la atención de María y la decepción de saber que ella no era aquella frágil criatura que él soñaba lo impulsaron, en una noche lluviosa, a asesinar a puñalazo limpio a la única persona que había entendido su obra y, por ende, su sentir; la única persona que había logrado asomarse durante algunos instantes por uno de los cristales de su oscuro y solitario túnel.

Al mejor estilo de Dostoievsky, Sábato revela cada una de las reflexiones y las luchas internas que atormentan al protagonista desde el instante en que sabe de la existencia de María Iribarne hasta que la asesina. Cada detalle de la historia es importante para que Castel construya y destruya una relación amorosa que se sustenta en la necesidad de conocerse a sí mismo y de aferrarse a la posibilidad de que en el Universo entero haya al menos uno que logre comprender la angustia que le provoca ser conciente del sinsentido de su existencia. Y esa historia de amor la desarrolla en su paranoia con base en la contemplación de una pintura, una vacilación en la conversación, el cambio de tono de voz en una llamada telefónica o en la prisa que intuye en la caligrafía de una carta. Sin tener en cuenta la impresión de un tercero, sin mediar palabra o evidencia material de la infidelidad que acusa, y lo más detestable, en una muestra cruel y miserable de egoísmo hacia su amada, decide, tras varios días de remojar su cerebro con alcohol y deambular por las calles de Buenos Aires, que ella no puede estar con nadie más, que si no desciende a su mugroso y patético subterráneo tampoco puede mantenerse al margen de él en la mundana superficie.

Ficha técnica:

Autor: Ernesto Sábato
Colección: Biblioteca Breve
Genero: Novela
160 págs.
ISBN: 84-322-1514-7